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Chao Piao Sheng

Recuerdo que de pequeño me gustaba oír los relatos de los ancianos del pueblo, ya sea sobre experiencias de vida, cómo conducirse como persona o consejos para el aprendizaje de artes marciales. En numerosas ocasiones, citaban dichos populares como “Los trucos del submundo de las artes marciales, explicados en su totalidad, pierden su valor”. Esta frase inspiró mi interés por las artes marciales y la elección de una escuela en particular.

Sin embargo, nacido en una familia pobre de muchos hermanos, donde mis padres apenas podían cubrir nuestras necesidades básicas, ¿cómo osar a querer aprender un arte marcial? En la escuela secundaria, impulsado por mi interés que, afortunadamente, nunca murió, decidí estudiar y trabajar a la vez, no sólo para poder pagar los estudios, sino también para satisfacer mi profundo deseo de aprender un arte marcial. En el comienzo elegí el karate. Antes de iniciar el camino del aprendizaje, seleccioné tres centros de artes marciales pertenecientes a distintas escuelas, los observé durante tres meses e inquirí acerca de las características de cada uno. Como cada maestro tenía su explicación, finalmente me decidí por uno de ellos.

Todos los días, después de la clase, me sentaba a conversar con el maestro. Unos años más tarde, mi maestro comentó que el arte del puño “circular” era, entre todos, el más potente. A partir de allí, quedó fija en mi mente la idea de encontrar la técnica “circular” y pedí a mis amistades que me dieran aviso si oían hablar de la misma.

Dos meses después, un amigo me comentó que en una plaza de Taichung había un maestro que todas las mañanas enseñaba el arte del puño “circular”. Sin esperar a que amaneciera, me acerqué de madrugada a esa plaza para observar de qué se trataba aquello.

Me gustó muchísimo lo que vi, por lo que dejé las clases de karate, aunque continué la práctica en casa. Todas las mañanas iba a la plaza, pero me limitaba a observar únicamente, pues los alumnos afirmaban que el maestro era sumamente estricto y no aceptaba cualquier discípulo. Por eso tampoco podía unirme a las filas y practicar.

Mantuve la mera “observación” por un año y tres meses, durante el cual en numerosas oportunidades rogué a los alumnos que me presentaran, pero nadie se atrevía. Finalmente, un día en el que el maestro estaba particularmente animado, un alumno me introdujo. Cuando el maestro me miró, dijo: “Ah, eres tú”, y preguntó sobre mi familia, cuántos hermanos tenía, a qué se dedicaba mi padre, si yo fumaba o bebía, etc. Quizás debido a que provenía de una familia sencilla y no tenía malos hábitos, el maestro accedió a que me uniera a las prácticas.

Teniendo en cuenta el largo tiempo que había esperado, valoré esta oportunidad como única en la vida. Cada mañana era el primero en llegar. Dado que el maestro era muy estricto, si en tres intentos no lograba dominar el movimiento nuevo, recibía un golpe de advertencia en la cabeza. Pero gracias a su exigencia y rectitud, progresaba notablemente rápido.

Luego de dos meses, una persona que se ejercitaba en la plaza me dijo: “Debes aprender con entusiasmo, pues tu maestro te examina desde distintos ángulos todos los días.” Al oír esto, me sentí profundamente agradecido.

Al cabo de tres años, mi maestro dijo que finalmente me aceptaba como discípulo. Recién ahí me di cuenta de que él, Wang Shu Jin, era un renombrado maestro del pakuachang, perteneciente a la tercera generación de discípulos del fundador Dong Hai Chuan. Me sentí honrado de ser su discípulo y, después de su fallecimiento, siempre recordé sus enseñanzas y su legado inconcluso. Asimismo, mi sueño relacionado con él transformó la segunda mitad de mi vida.

Quizás haya sido gracias a su bendición: una vez emigrado y establecido en Argentina, fui capaz de concentrarme aún más para las prácticas, y la inspiración fluía naturalmente para innovar y reunir con mayor rapidez el chi necesario para mejorar mi nivel. Cuando meditaba, mi subconciente me impulsaba a integrarme con la naturaleza para progresar en la práctica. Dado que mis enseñanzas del arte marcial seguían los principios naturales del universo, me fue más fácil comprender e incorporar diferentes aspectos. Por ello, este libro, “Chüe shih chi kung”, integra la esencia de disciplinas como el tai chi chuam, el pa kua chang, el hsing-i chuan y el método de purificación de médula, utilizando los principios de la naturaleza para descubrir los misterios del cuerpo humano y el universo.

En 1992 se fundó en Buenos Aires el capítulo argentino de la Fundación Tzu Chi de Taiwán, y mi esposa y yo nos unimos al grupo de voluntarios. Allí donde hubiera azotado algún desastre natural, inmediatamente llegaba el trabajo de los voluntarios. Una y otra vez acudimos a aliviar y ayudar a las víctimas de diferentes catástrofes: frente a los rostros de desesperación y desconcierto de familias que perdieron todo, además de consolarlos y expresarles mi apoyo, no podía hacer otra cosa más que dedicarme de lleno a los trabajos de ayuda para que las víctimas pudieran ponerse de pie nuevamente. Sin embargo, lejos de disminuir, los desastres naturales se sucedían con cada vez mayor frecuencia y gravedad. ¿Dónde se esconden los motivos de esta situación?

La llegada de la era tecnológica facilitó la vida del ser humano en numerosos aspectos, pero también hizo que el corazón humano se volviera más complejo. La acción humana de construir incesamente, talar bosques y romper el equilibrio ecológico de la naturaleza ha llevado al cambio climático y el efecto invernadero. En consecuencia, es mi deseo en este libro enlazar el cuidado de la salud mediante el chi kung con la protección del medio ambiente, con el fin de contribuir aunque fuere un poco con la humanidad y el planeta Tierra.

El contenido del presente libro proviene en gran parte de mi diario personal. Desde julio del 2008 mantengo el hábito de escribir en mi diario todos los días, principalmente por tres motivos: el primero, porque mis alumnos han alcanzado otro nivel en la práctica del chi kung y han sido testigos de su eficacia; el segundo, porque desde el 2008, poco antes de finalizar la clase de tai chi chung de los sábados, suelo hablar con mis alumnos sobre algunos conceptos filosóficos y su respuesta frente a ello ha sido positiva. Asimismo, un alumno me ha ayudado a subir las charlas a una página y he obtenido buenos comentarios acerca de las mismas. Incluso hay maestros de distintos centros de artes marciales que han solicitado mi permiso para publicar mis artículos, a lo cual accedí sin dudar, porque siempre es positivo compartir las buenas ideas. Por último, me motiva a escribir el temor a olvidar aquellas experiencias conmovedoras, nuevos descubrimientos, sensaciones o conclusiones en el camino de la enseñanza, u observaciones sobre la naturaleza. De no plasmar todo esto en el día mismo en que surgen, con el transcurso del tiempo, resultará inevitable que sus huellas se borren de mi memoria. Puesto que he notado que mi vida se ha visto enriquecida desde que formé este hábito, también he alentado a mis alumnos a que hicieran lo mismo y compartieran su propia experiencia.

A partir de esa decisión, jamás he interrumpido el hábito, ni siquiera estando de viaje. Sin importar cuán tarde sea, siempre termino de registrar los sucesos del día antes de acostarme a descansar. El escribir ya forma parte de mi vida.

Ahora bien, ¿por qué publicar un libro? Una vez, por escribir en mi diario, me acosté muy tarde y, en consecuencia, me demoré en levantarme para mi práctica diaria. Mi esposa, sin saber estos detalles, pensó que me había pasado algo. Le expliqué: “Hay que guardar estas crónicas, porque en el futuro se probará que mis ideas son verdaderas.” Por curiosidad, me pidió permiso para leer el diario. Después de un tiempo, me dijo: “Hay buenos contenidos aquí que habría que guardar. Voy a ordenarlos y archivarlos.” Así, comenzó a transcribir, ordenar y archivar mis diarios. Por ello, este libro contiene muchos pasajes del diario, experiencias acumuladas gota a gota, paso por paso, incluyendo situaciones especiales en la práctica de mis alumnos, lo que prueba que este chi kung no puede lograrse en poco tiempo, sino sólo a través de la paciencia, el tiempo, la concentración y la disciplina.

Yo creo que el ser humano es bueno por naturaleza. Si bien vivimos en cinco continentes diferentes, con distintos idiomas, nacionalidades o religiones, todos habitamos un mismo planeta. Cuando comprendamos que la madre de la humanidad -la madre naturaleza- está en peligro, entraremos en acción y colaboraremos para protegerla a través del trabajo ecológico. Hay que confiar en la fortaleza de cada individuo: si cada uno brinda un poco de amor, el mundo sufrirá menos catástrofes y el planeta dejará de destruirse. Sólo así puede vislumbrarse la paz y la felicidad en el futuro de la humanidad.